jueves, 24 de abril de 2014

Vacíos de inspiración.

Hay días en los que sientes que tienes un vacío de inspiración, en todos los sentidos. La sensación de ver como parpadea la raya sobre el fondo blanco, no saber ni qué escribir, no saber ni cómo expresar lo que sientes.
Creo que los vacíos de inspiración son la consecuencia más directa de que algo en tu vida ha echado los frenos y a partir de ese momento ya nada te inspira, todo resulta insípido.

Por eso, intento levantarme cada día cogiendo toda esa fuerza que se queda en mi almohada y usarla como arma para completarme a mi misma en lugar de soportar el peso del mundo en mi garganta como una especie de nudo que me va ahogando, cada vez más. Y más. Dejar de reprimir mis impulsos. Comenzar a pensar que el eco de mi risa es realmente gratificante, reconfortante. Que, a veces, el hecho de ser tan vulnerable hace que el sol se reduzca a cenizas y solo quede la opción de huir, cuando eso ni siquiera es una solución.

Pero en ocasiones mis sueños se quedan enredados entre las sábanas cada mañana. Buscan alguna salida para volverse reales. Buscan el valor, que se desmorona con el paso del día, con el peso de las horas, con la cruda realidad.

Y es que,
 somos seres llenos de miedo, ligados a la ley de Murphy sin remedios posibles a no caer por el lado bueno de la tostada. 

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