“Primero la obligación y luego la
devoción”, dicen. Pero, ¿hasta qué punto debe ser esto así?.
¿Hasta que punto debemos de sacrificar nuestra mente, nuestro
tiempo, nuestras horas de sueño?. En mi minuto de “exilio
espiritual” de hoy he llegado a la conclusión de que no es
beneficioso estar demasiado implicados en la rutina, envueltos en una
presión constante de obligaciones y esfuerzos, a menudo, sin
recompensas con carácter inminente.
En mi caso, he tomado medidas y he
sustituido mis “casi” y mis “pero” por mi “hoy” y mi
“soy”. He cambiado el hecho de abalanzarme a precipicios y he
comenzado a entrenar saltos de altura para que la presión al subir sea realmente gratificante. He cambiado mis suspiros al
aire por dos buenos pies en el suelo y mi mente divergente en las
nubes.
Y, es que, he vendido mi yo adulto y he
comprado una nueva licencia para soñar.