Me
gustaría regresar a los atardeceres de Nerja, esos crepúsculos que
inundaban mil miradas de una sensación que parecía que hechizaba,
que hacían parecer tu piel aún más dorada y bronceada , haciéndote
aún más bello.
Me
gustaría volver a tu cama, esa cuya almohada impregna mi pelo de un
aroma que incluso me atrevería a decir que puedo saborear;
un
aroma sincero;
un
aroma en el límite entre lo más dulce y lo más agrio;
entre
lo más suave y lo más áspero;
entre
lo sutil y lo violento, lo severo.
Me
gustaría regresar a todos los mágicos lugares que hemos recorrido
de la mano, a todos los maravillosos paisajes que nuestras pupilas
han visto análogamente...
La
Mezquita en una tarde de primavera;
el
Bulevar un abril lluvioso;
o
la judería en un cálido domingo.
Me
gustaría escalar hasta la cima de tu boca, para luego descenderte
lento, muy lento. Tan lento que parezco retroceder para tomar el
impulso que me lleve de nuevo a tus labios. Tus labios,
en los que suelo perderme y encontarme a mí misma;
donde
encuentro el punto de inflexión entre la locura y la cordura;
en
los que espero y desespero;
en
los que nado y me ahogo;
en
los que respiro y suspiro;
subo
y bajo;
vivo
y muero, y otras bonitas contradicciones.
Perdona
si te digo que me contradices, pero ya sabes que eso de la
estabilidad se lo suelo dejar a los muebles. Así que por ello, te
doy mi más sentido bésame.
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